19-07-2010 |
Nereida López Vidales
«Un oficio de gente enloquecida»

El director José Luis Borau ha defendido hoy en Santander que el cine es un oficio “arduo, propio de gente enloquecida, sin perspectiva, ni sentido común, ni prudencia” del que, después de toda una vida de dedicación, extrae la seguridad de que “rodar es fracasar” pero también la de que “no hay oficio en el mundo” que le guste más.
Borau recibió hoy el Premio UIMP a la Cinematografía, concedido por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) por su contribución “a la difusión y el conocimiento del mundo del cine”, en un acto al que asistieron el rector y el secretario general de la institución académica, Salvador Ordóñez y José Blázquez, respectivamente, y el cineasta Mario Camus, quien fue el encargado de glosar la laudatio del autor de ‘Leo’.
Borau, que es el segundo galardonado con este premio después de la actriz Marisa Paredes, recalcó que dedicarse al cine es algo “difícil, arduo y enojoso”, aunque confesó que de no haberse dedicado a ejercer esa profesión no habría sabido qué hacer, puesto que pensar en otros oficios le parece “horroroso” por útiles que estos sean.
“No hay profesión que más me guste, me siento afortunado, porque aunque he sufrido, no lo he hecho a ciegas”, matizó Borau, que recalcó que “no hay un oficio mejor que hacer una película; te sientes como Dios”, a pesar de fallar constantemente en el intento. “El primer día de rodaje ya sabes que aquello va a ser un fracaso”, apostilló.
En este sentido, el realizador de ‘Hay que matar a B’ dijo que el primer día de rodaje siempre ha sentido que “el decorado no era como lo había planteado y los actores tampoco” y que, por ello, considera que “el buen director no es el que hace que las cosas salgan como él ha querido”, sino el que “con lo que tiene en la mano y con la urgencia del momento, saca algo adelante de todo aquello y hace que las cosas peguen”.
“Esa adaptación, trágica, dramática, urgente y sin solución ni remedio la tienes que tomar allí” porque “rodar equivale a fracasar” en el proyecto ideal de película, que se viene abajo “poco a poco”, a causa del “tiempo, la vida y la impericia”.
Por su parte, Camus recordó sus experiencias junto a Borau en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, donde comenzaron sus estudios en 1957, cuando el director maño era ya entonces “un aspirante experto” comparado con los demás estudiantes de cine.
En esa época, los estudiantes tuvieron que enfrentarse a la dirección del instituto, concertando una pequeña “revolución” que dio como resultado el cambio de director y “del dudoso rumbo que llevaba esa empresa”, pero además “horas y horas de intercambio de conocimientos, de aprendizaje en suma”. “Nuestra peligrosa rebeldía sirvió para abrir camino a nuevas generaciones de cineastas”, añadió Camus, para quien José Luis Borau es “un hombre de inteligencia, de dominio de sí y de simpatía”.
El Premio Nacional de Cinematografía en 2002 “ha nacido para ese oficio”, según el rector de la UIMP, que recordó lo polifacético de Borau, quien también ha ejercido de guionista y productor, entre otras funciones, “porque no le quedaba más remedio” al “no gustarle como lo hacían los demás”.